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El encuentro con el ciervo
Ramon Sarró Maluquer

(...)

Esta mañana me he levantado tarde, como obliga la etiqueta. Es domingo y bien está levantarse tarde. Ayer, sábado de solanas casero, me quedé hasta las tantas trabajando. Esta mañana pues me he levantado tarde, me he leído un café con una tostada mientras devoraba un artículo impresionante de Carlo Ginzburg (el historiador italiano de padre ruso, hijo de la escritora Natalia Ginzburg, de quien una vez le envíe un artículo que, por cierto, me gustaría releer si lo tiene Vd. todavía) y luego me he puesto las botas, el anorac, la capucha y... al campo!

Mi intención era ir a Woodstock para comer alguna cosa más sólida que la tostada, pues estaba muriéndome de hambre. Sin embargo Furia se ha empeñado en que fuéramos a Glyton, población vecina a Wootton que todavía no conocíamos. El camino ha resultado ser precioso. Miles de perdices, faisanes, ratoneros volando a mi alrededor. Un clima frío, pero no helado. Nubloso, muy gris, las hojas por los suelos, la lluvia azorante cerniéndose sobre nosotros, como los cernícalos sobre los pinzones... Avall que fa baixada, waw! Ara amunt xaval, plat petit, pinyó gros (las bajadas, por cierto, hay que hacerlas también con piñón grande, contrariamente de los que hacen los novatos). Al llegar a Glyton, precioso pueblito de apenas una docena de casitas, he tomado la carretera que va hacia la carretera general de Woodstock a Chipping Norton. Al llegar a ella, he girado a la izquierda, con intención de ir, esta vez sí, a Woodstock. Pero hete aquí que de repente veo uno de esos letreritos verdes, pequeños, casi invisibles, en los que pone “footpath” y que indican que hay un caminito de dominio público. Esta vez, el footpath se adentraba hacia un bosque frondoso. Freno. Ep! nen, anem a estirar les cames. He aparcado a Furia junto a una mata y he saltado el stile, que es un invento muy pero que muy inglés y que no sé como traducir (y mi diccionario tampoco). Básicamente un stile son unos maderos entrecruzados, especie de escalerita, que permite saltar una valla de madera, y que ponen los ingleses para que la gente pueda pasar de uno a otro lado de la misma, pero no así ni el ganado ni los ciervos.

Ahí me he metido en un bosque impresionante. Era como un templo. Daban ganas de descalzarse, cual un Moisés acercándose a la mata ardiente en el monte Sinaí. Camina que caminarás me ha venido en mientes un programa que vi una vez por la tele en Francia. Iba sobre la caza y hablaba un cazador que nos explicaba que ir a cazar es como realizar una quête mística. Que la caza no es la destrucción porque el cazador tiene más interés que nadie en que las especies se protejan (para poder cazarlas) y que cuando él iba a cazar sentía una especie de comunión mística con la naturaleza y a veces hasta con el animal buscado. “En ocasiones, al encontrarlo lo apunto y entonces percibo la nobleza en su mirada y decido no matarlo”, decía el monsieur, junto a otras pedanterías cruentas. En ese jilipoi arrogante iba pensando yo cuando de repente, al llegar al final de un campo de girasoles que había en un claro del bosque y que tenía a mi izquierda, oigo un ruido a mi izquierda. ¡Un ciervo! Mejor dicho, un cervatillo, joven, que venía hacía mí por el otro lado del campo (o sea, en dirección a 90 grados de la mía) y no me ha visto porque nos separaban los girasoles, hasta que literalmente hemos topado uno con el otro en la esquina del campo, los dos igualmente sorprendidos. ¡A cuatro metros uno del otro estábamos! Se ha quedado parado. Yo también. Lo miro, me mira. Percibo la cara de susto primero, la curiosidad un instante más tarde. Da un paso hacia mí... ¿Querrá “cachorro humano” jugar conmigo? piensa. Se para, se lo repiensa, da un paso hacia atrás, se gira y sin correr, sigilosamente, se mete entre los girasoles. Ahí lo he perdido de vista, aunque probablemente el me ha seguido mirando un rato sin que pudiera yo percibirlo a él. Me he acordado otra vez del cazador gabacho y su misticismo baratoide. Tio, digan lo que digan, ¡qué fácil es matar un animal! Cuando uno va al monte solitariamente la posibilidad de tener un encuentro como este es bastante elevada. Los animales (y no sólo los gatos) son curiosos por naturaleza y, sobre todo si son jóvenes, su primera reacción ante lo desconocido es “hmm, vamos a ver qué es esto”. Hay realmente un “encuentro” fascinante en ese cruce de miradas entre el ciervo y el ser humano, pero no entiendo en qué medida un disparo puede hacer ese encuentro más místico o simplemente más valioso. En ese momento lo que más gratuito, fácil y barriobajero me hubiera parecido del mundo hubiera sido adornar ese encuentro con un disparo y con la consiguiente muerte del cervatillo. Bueno, lo más fácil no. Lo más fácil y lo más probable hubiera sido dejarlo malherido, que es como terminan muchos encuentros entre cazadores y presas, aunque éstos no los comentaba mi místico monsieur le chasseur en quête.

Yo, al contrario, he experimentado casi más placer al ver que el animal se iba sin correr, tranquilamente, caminando hacia los girasoles que en el haberlo “encontrado”. Bon rotllo, eh, le he dicho. And off he went...

Más tarde, pocos metros más bosque adentro, he visto otro ciervo, más lejos y más adulto, pero que igualmente se me ha quedado mirando durante un buen rato, como si nada, como si me dijera “eh cachorro humano, respeto, que este es nuestro templo!”.

Por supuesto que sé, amigo mío, que ninguno de los dos era un ciervo, sino gamos, pero a Vd. le tiene que dar igual. En inglés llaman deer a las dos especies (red deer el ciervo, game deer el gamo). Ciervos, lo que se dice ciervos, en Inglaterra haylos sólo en Cornualles y sobre todo en Escocia, que mejor dicho no es Inglaterra, o sea que en rigor sólo los hay en Cornualles.

(...)

Extraído de carta a Alvaro, 10 de noviembre de 2002