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El jardín virtual. Notas sobre Internet y la experiencia liminal

Ramon Sarró Maluquer






Mi amigo Josep Maria Casasús, filósofo de Terrassa, me dijo en cierta ocasión que tener una página web es como tener un jardín. Creo que tenía razón, y que el jardín es una metáfora idónea para comprender algunos aspectos de internet, y en especial la "liminalidad" sobre la cual querría atraer la atención del lector. En efecto, de todos los lugares de la casa, el jardín es uno de los más claramente "liminales", es un espacio "umbral" (limen, en latín) a la vez externo e interno. Uno cuida su jardín con todo el cariño del mundo independientemente de si éste será o no visitado. Por supuesto que le gusta enseñarlo a sus visitantes, pero esta no és la verdadera razón por la que lo cuida. Lo cuida como uno cuida su pelo y se corta sus uñas, porque el pelo, las uñas y, sobre todo, la piel (como ha explicado brillantemente Alfred Gell en uno de sus inspirados libros) son los límites físicos de la persona, los extremos en los que deja de ser persona (desde su punto de vista) para empezar a ser persona (desde el punto de vista de los que la rodean). Nicholas Berdaieff dijo que ser persona es siempre una actividad bifronte, a la vez interna y externa, a la vez protección y proyecto. La persona que creamos, la máscara que nos ponemos (el tatuaje que inscribimos en nuestra piel) a la vez proyecta una idea de nostros y protege nuestra "verdadera" intimidad (éste es el argumento que usan algunas feministas musulmanas no para criticar, sino para justificar el uso del velo en la sociedad musulmana). Y al igual que el peinado y el vestido, el jardín es una proyección más de nuestro ego. Cuidar un jardín es símbolo de vivir una vida ordenada. El carácter limítrofe del jardín lo hace a la vez exterior (incluso "salvaje"; con pájaros, gatos y algún que otro sapo) e interior (es, todavía, parte del "hogar"). Cuando uno está en su jardín, está a la vez dentro y fuera de casa.

No recuerdo, ahora, la intención precisa de la metáfora en el momento en que Josep Maria la pronunció. Me excuso, pues, si la llevo por otros derroteros que los estrictamente casasusianos. En cualquier caso, se me ocurre que estaba muy acertado en que las páginas web funcionan como un jardín. Nadie es tan iluso como para pensar que al tener una página web está ya inmerso en la aldea global, sino meramente en sus puertas, en el umbral que comunica esa aldea con su nice little house. Pero antes de seguir debo decir algo acerca de este problemático concepto de "aldea global".

Excurso sobre la "globalización"

Vaya por delante que no me gusta mucho el concepto de "virtual", pero sí me gustaría afirmar que, en realidad, lo único "virtual" de este mundo es la idea de que vivimos en una aldea global. Para mí, la globalización es una excusa para generar localidad: la teoría "asterixiana" de la cultura local afirma que hay que proteger la aldea gala, única en su género, de los romanos imperialistas. Pero, en realidad, los romanos, tal como los conciben los galos, no existen. Cuando uno sale de su aldea gala y se va a otra parte, no se encuentra con los romanos homogeneos, sino que se se encuentra con otra aldea gala (o no gala), igualmente convencida de ser la única en su género, e igualmente convencida de estar rodeada de romanos homogéneos y homogeneizantes. La homogeneización es un mito más, producto del terror a lo desconocido, una manifestación más de "lo otro" que toda cultura local tiene que producir para generar una identidad de "lo mismo". Antes era el diablo, ahora es la homogeneización. Durante un tiempo pensé que lo único que se homogeneiza en el mundo es la idea de que el mundo se homogeneiza, pero ahora ni siquiera creo esto: incluso lo que la gente entiende por "homogeneización" es enormemente heterogéneo. Unos temen a los MacDonalds, otros al cristianismo, otros a una mezcla de MacDonalds misioneros, otros a la homogeneización jurídica basada en los derechos humanos (¿tal vez no sería tan mala idea?), etc. etc. etc. Hoy, como ayer, de todo hay en la viña del Señor, perdón, en el jardín de Alá. Sin embargo, sobre el concepto de homogéneo y de homogeneización hablaré en otro momento...

Decía, antes de este provocativo excurso, que nadie es tan iluso como para creer que el acceso a la globalización se desprende automáticamente al abrir una página web. Todo el mundo sabe que su página será poco visitada, más no por ello deja de cuidarla, igual que todos nos afeitamos cada día, incluso si no estamos convencidos de que vayamos a estar en ambientes en los cuales haya que ir forzosamente bien afeitado. Lo hacemos más por nuestro placer que por el de los demás. Nos hace persona frente a nostros mismos.

La ventaja de la página web frente a la barba es, precisamentemente, que permite presentar el yo, el "self" de cada cual, al mundo circundante y desatender el cuerpo. Podemos ponernos a hablar con nuestros "amigos virtuales", como ahora se los llama, sin estar afeitados. Podemos hablar con ellos sin ni siquiera ir vestidos (lo cual no sucede con el teléfono; a mí no me gusta ir desnudo cuando hablo por teléfono, pero no me importaría enviar E-mails en cueros). Como el tatuaje de ciertas culturas que cubre todo el cuerpo, haciendo redundante el vestido, internet protege tan intimamente nuestra persona interna que, de hecho, más de un usuario anónimo (y el anonimato es el gran protagonista de la realidad "virtual") se cambia sistemáticamente de sexo cuando se pone a navegar por internet...

Si es cierto que internet ofrece un aspecto de "liminalidad", creo que habría que estudiar que tipos de relaciones humanas se generan en ese limen. Según los trabajos de Victor W. Turner, es justamente en lo liminal donde ocurren los encuentros de lo que el llama a veces anti-estructura y a veces, más fiel al humanitarismo que impregna toda su obra (en especial tras su conversión al cristianismo), communitas (por oposición a comunidad), encuentros humanos en los que la estructura social cede para abrir la posibilidad de una comunicación más fluida y más humana que la que tiene lugar en la sociedad estructurada. Turner analizó diversos ejemplos de communitas (desde peregrinaciones católicas hasta love inns californianos de los sesenta, pasando por el franciscanismo medieval). Si bien Turner no insiste mucho sobre ello (pero sí su discípulo James W. Fernandez), uno de los elementos que parecen constantes en las búsquedas de communitas es la necesidad de trascender los límites corporales. Ir más allá del cuerpo, superar la dualidad masculino-femenino, ser uno con el universo, etc. Todo esto aparece desde en los rituales bwiti del Gabón hasta en los conciertos lisérgicos de los Grateful Dead. Esta necesidad de trascendencia no significa que el cuerpo y la sensualidad sean siempre negativizados. A menudo es una superación del cuerpo individual que reafirma el cuerpo social, igualmente sensual (orgías, etc.).

Aunque, por supuesto, todo es hipotético (léase este texto más como un proyecto que como un informe) creo que internet permite también generar un tipo de communitas, pero es una forma de communitas distinta a las que conocíamos hasta ahora. Para empezar, no ocurre en un "espacio" liminal (a no ser que nos refiramos al tan traído y llevado "espacio virtual", que sólo metafóricamente es un espacio). Pero, sobre todo, esta nueva forma de communitas, de actividad humana que sucede en el "umbral", implica muy obviamente una superación del cuerpo y una entrega a unas relaciones humanas directas que prescinden del la presencia corporal. La corporalidad, y también la sensualidad, quedan cortocircuitados. Ni siquera estamos seguros de hablar con alguien cuyo cuerpo tiene la sexualidad que su nombre afirma. ¿Y qué más da? Tal vez la sabiduría de tantas culturas religiosas, que han visto el cuerpo como una pesadez y como algo que hay que superar, tuvieran, después de todo, razón, y ahora internet ofrezca lo que muchas de ellas proponían antes, a saber, la creación de una comunidad angélica de espíritus libres, de seres sin cuerpo y sin sexo que se pasean por una realidad paralela, invisible más no por ello más irreal que la de los cuerpos que dejan atrás. "Suéltame, pesado" le dice el internauta a su cuerpo, y se va, cual brujo africano des-doblado, al frenético encuentro de sus pares en una realidad paralela. (Una realidad tan ambigua como la "realidad paralela" de las cosmologías africanas. En internet, igual que el dabal de los bagas, hay cosas buenas, pero, al igual también que en dabal, se dan ahí cosas tan peligrosas como sexo incontrolado, abusos de menores y tal vez crímenes mayores). El gran campo de la antropología de las religiones del futuro será el estudio de las comunidades (y communitas) religiosas "virtuales" (tengo entendido que, en su último libro, Danny Miller explora el papel de internet en la creación de comunidades religiosas entre los habitantes de la isla de Trinidad), y el modo en que la nueva tecnología afecta y revaloriza las nociones de persona y de cuerpo básicas en nuestra cultura.

 

Anar a En Espiral

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